Y fruto de todo esto empecé a coleccionar cosas bonitas: lazos para envolver regalos, papeles de colecciones exclusivas (o que me gustaran simplemente), troqueles, sellos, pegatinas, washi tape… Al principio mi madre me dio una caja de galletas bonita, de esas de lata, pero en seguida mi colección empezó a crecer y al cabo de unos dos meses tuve que sustituirla por otra más grande. A día de hoy mi colección de “cosas bonitas” ocupa media habitación (¿y qué apuestas a que tendré que buscar una sólo para éstas cosas?).
Y aunque nunca me han contratado en ningún sitio para envolver regalos, sí que me siento recompensada cuando voy a alguna fiesta y pongo mi regalito con todos los demás, y cuando se entregan alguien dice “Éste es el de Tayri. Es que se nota.” Justo en ése momento soy inmensamente feliz.
Y por otro lado está la parte de decorar. Sí, devoro revistas y blogs de decoración. Aunque tengo muy claro cual es mi estilo, realmente me gustan casi todos. Y buceando y buceando por la red encontré aquello de crear composiciones fotográficas, muy parecido a esos “bodegones” que también hacemos en bodas. Y por supuesto, desde que los vi, me moría por hacer algo así.
¿Y cómo desemboca todo esto en las bodas?, pues como todas las pasiones, tras una historia personal. Hace unos años fui con mi chico de viaje. Y una tarde, íbamos paseando hacia una tiendecita dónde hacían batidos de frutas, y él me hizo una declaración de amor que nunca me habría atrevido ni a soñar. Y ahí empezó todo.
Cuanto te das cuenta de que amar a alguien es lo más bonito y más fuerte que sentirás en la vida, y que expresarlo y por supuesto celebrarlo, será un momento único, irrepetible, y que no se borrará nunca de tu memoria; cuando crees que la realidad supera infinitamente a tus sueños, entonces, no tienes más remedio que buscar el lugar dónde se cumplen esos deseos: tu boda.
